Nunca podría haberse imaginado Beethoven que aquella sonata que dedicase al violinista Rodolphe Kreutzer tendría tanto recorrido después en tan diversos ámbitos artísticos.
Recordemos brevemente su historia.
La sonata fue dedicada en primera instancia al violinista y también compositor polaco George Bridgetower, famoso por su virtuosismo, a quien Beethoven había conocido en 1802*. La estrenaron juntos en un alarde de destreza en 1803 pero, aunque eran amigos, como puede deducirse de la dedicatoria original, el destino acabó enfrentándolos y al publicarla en 1805 Beethoven se la dedicó a Kreutzer, otro violinista del momento a quien no conocía personalmente y que nunca llegó a interpretarla.
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Sonata mulatta composta per il mulatto Bridgetower gran pazzo e compositore mulattico. (Sonata 'mulattica' compuesta para el mulato Bridgetower, gran loco y compositor mulato) |
Sin embargo lo más interesante no es el asunto de la dedicatoria sino el contenido de la obra**, su sentido musical, su ímpetu rítmico, su melodía, su exigencia técnica....todo aquello que la hace única y diferente, llena de contrastes y de belleza; piano y violín en igualdad de condiciones y con idéntico protagonismo: un hito.
¿Pero tanto como para despertar irrefrenables pasiones? Según León Tolstói parece que sí.
Sobre el efecto que la música produce en el ánimo y la conducta de las personas se ha hablado largamente desde la antigüedad, sin embargo parece que fuera este un tema inagotable; a finales del siglo XIX Tolstói va un paso más allá analizando su influjo en los que comparten la ejecución de la música y en los que contemplan dicha interpretación.
En su novela titulada precisamente Sonata a Kreutzer (1889) a la que pertenece el fragmento de arriba, nos conduce por los recovecos de la mente del hombre celoso (Podsnichev), un protagonista que pretende justificar con peregrinos argumentos el asesinato de su esposa supuestamente infiel victimizándose a sí mismo y atribuyendo la causa de la infidelidad a la música, a esta sonata en concreto y al efecto que su ejecución provoca, según él, en los que la interpretan.
La sonata, al parecer diabólica para nuestro personaje, es capaz de alterar los sentimientos y la conducta de los intérpretes, especialmente los de la mujer, a la que nos presenta débil, caprichosa y carente de voluntad propia...
Por ejemplo esta misma Sonata a Kreutzer, el primer presto de esa Sonata a Kreutzer [...] gracias a la aproximación que se establece al tocar juntos; gracias a la influencia que la música, sobre todo el violín, produce sobre los temperamentos sugestionables, aquel hombre, digo, no sólo debía agradarla, sino infaliblemente y sin dificultad ninguna vencerla, arrollarla, retorcerla, y hacer de ella lo que quisiese.
El pintor René Xavier Prinet, profesor en la Academia de Bellas Artes de París y creador, por cierto, del primer taller destinado a artistas mujeres, plasmó ese supuesto momento de seducción en un estilo elegante, oscuro e intimista, propio de la tendencia pictórica que se desarrollaba en Francia paralelamente al impresionismo. [